La falta de hierro en tus huesos no afecta a la dureza de tus palabras. Las mías, sin embargo, ya no son lo que eran. Ya no chocan, ni siquiera se clavan. Se podría decir que están cansadas de intentar descifrar los gritos de mi interior. Ya no me importa, son solo palabras. O quizás no lo sean, pero supongo que nunca has pensado que tu obsesión sea la necesidad de escuchar ideas bien organizadas sintácticamente. Parece una tontería, pero me pregunto: ¿para qué las quiero yo? Si se las lleva el viento... ¿Por qué no olvidarlas y guardarlas con nosotros? Ya lo sé, tampoco puedo calmar mi ansia. Puede que últimamente tenga mono de desahogarme escribiendo, pero es porque tus besos callaron y acabó el espectáculo. No se si me entiendes, mi inspiración quedó dentro tuyo y aún espero que me la devuelvas. Quizás mis palabras estén dentro de ti porque yo no las quiero, pero creo que te las di porque dudé que quisieras guardarme contigo. No se lo digas a nadie, pero no son juegos, son miedos. Y tus dudas no son tuyas, son nuestras. Porque una epístola cerrada quizás no dice nada, pero mirarte en mi sofá no es simplemente una mirada. Estoy perdida, sálvame. ¿Por qué no ser algo que ni siquiera podamos escribir? ¿Por qué no sentir algo que no tenga punto como fin?
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